viernes, 11 de septiembre de 2009

El Esperante


Por Austral del Mar

El vehículo cumplía su itinerario puntualmente y se deslizaba sin contratiempos por la ruta interestelar. El individuo estacionado en la clase de atmósfera rica en oxígeno, algo aburrido por lo monótono del viaje, se sentía con deseos de parlotear pero había pocos pasajeros en disposición de hacerlo. El más cercano parecía dormitar apoyado en los gruesos cristales del móvil y su aspecto severo le imponía ciertas reservas. Después de meditarlo un rato, puso en movimiento sus extremidades y se deslizó al asiento contiguo al extraño.

Al mirarlo más de cerca confirmó que el tipo era bípedo, simétrico, de contextura delgada, nada parecido a lo que normalmente encontraba en sus viajes de negocios. Debía venir de muy lejos. Se sintió invadido por la natural curiosidad de su especie y no pudo resistir la tentación de hablarle.

Un chirrido agudo y penetrante se hizo oír en el compartimento. El traductor estaba regulado para comunicaciones en medios acuosos. Algunos pasajeros levantaron sus cabezas molestos por la inesperada cadena de chisporroteos y vibraciones que fueron decreciendo según los ajustes que hizo su dueño. Pese a todo, un desagradable zumbido impregnaba el ambiente.

- ¿Por qué no lo prueba? – parecía decir el extraño, alargando una esfera pequeña y que apenas cubría su extremidad.

Bastante azorado por el incidente, el curioso boqueaba gran cantidad de oxígeno lo que enrojecía aún más su rubicunda piel. Con un breve ademán cortó la energía de su aparato y tomó la azulada esfera que le tendían.

El efecto fue instantáneo, de inmediato percibió una voz totalmente exenta de entonaciones que comprendió perfectamente.

- Incluye todas las miles de lenguas del cuadrante, variaciones y sus dialectos, incluso las extintas – Decía el extraño que movía su abertura superior pausadamente.

El traductor era increíble. Nunca había visto u oído de un producto tan completo y avanzado. Debía costar una fortuna y como avezado comerciante que era, comenzó a barajar las posibilidades que podía brindar la venta de ese artefacto. Miró a su singular acompañante de viajes como la oportunidad de negocios de su vida.

- Es un buen traductor y debe haberle costado una fortuna ¿Dónde lo compró?- Preguntó el rubicundo individuo, procurando disminuir su enorme ansiedad y emoción.

- ¿Ha estado en Andrómeda? – Inquirió el extraño- Los fabrican a pedido y el valor es bastante moderado.

Una sombra azuló el rojo rostro del individuo. ¿Andrómeda? Pero si eso estaba tan lejos que le podría tomar 1000 vidas para llegar. Esa era una remota galaxia imposible de alcanzar y que sólo era mencionada como si fuese el confín del universo conocido. Ese extraño le estaba tomando el poco pelo que le crecía sobre las orejas y de seguro era un bromista, pues bien, le devolvería la broma. Pero no alcanzó a articular palabra alguna cuando una voz resonó muy dentro de su cabeza.

- No es una broma. Vengo de La Tierra. – Los labios del extraño no se movían un ápice. – Me ha tomado un largo camino llegar hasta aquí y ando en busca de los míos.

¡Ah! Exclamó el individuo. ¡Un Esperante! Mil ideas le cruzaron por la mente. Frente a él estaba lo que se creía una leyenda. Los magos más poderosos del universo conocido. Los ángeles de la piedad y la benevolencia. Los ordenadores de las galaxias y jardineros de los mundos habitables. Los jueces de las leyes de la vida y amos de la ley de gravedad. Era lo más increíble que le había ocurrido en su vida y sus dos corazones, normalmente independientes parecían latir al unísono. De pronto, una avalancha de imágenes y voces llenó su mente.

- Si, “un esperante”. Tengo el poder de La Tierra. Fuimos dioses en el manejo de la técnica y la materia, aún lo somos y lo seguiremos siendo por largo tiempo. Hemos controlado las fuerzas del universo y cada uno de nosotros se esfuerza para que la vida tenga probabilidades en todos los mundos posibles.

El individuo estaba trémulo. Miles de imágenes entraron en su cerebro, algunas incomprensibles que adivinó como características culturales de esos extraordinarios seres que eran los “esperantes”. Pudo saber que resueltos los problemas de hambrunas, litigios territoriales y culturales, los terrestres iniciaron una edad de oro del conocimiento y la tecnología. En corto plazo comenzaron a poblar las estrellas de su galaxia y a sembrar la vida de La Tierra en otros mundos los que fueron transformados en verdaderos paraísos vivientes. Su conocimiento de la genética y la medicina los llevó a vivir casi eternamente; los accidentes y el suicidio por aburrimiento eran las únicas causas de muerte. De súbito dejaron de reproducirse y la curva de mortalidad inició un vertiginoso ascenso. En algo de dos siglos quedaron menos de 200 dispersos por todas las galaxias próximas a La Tierra.

- La mayoría volvimos a La Tierra pensando en repoblarla. Lo intentamos y conseguimos una nueva generación de jóvenes y niños, nunca fueron muchos. Cuando crecieron y fueron adultos no logramos entendernos, ellos tenían otro ímpetu y se fueron. Al principio seguimos sus rastros en los espacios cercanos despertando mundos y al llegar nosotros ya se habían ido. Así pasamos mucho tiempo, hasta perder las esperanzas casi del todo. Llegado un momento, los que quedamos en La Tierra decidimos esperar, esperar alguna señal, una pista, algo que nos conduzca a reencontrarnos con nuestros hijos – El individuo creyó percibir algo de humedad en los ojos del “esperante” – Eso me trae aquí ahora. Algo extraordinario sucedió en esta galaxia y estoy investigando.

El individuo hurgó en sus recuerdos recientes y de inmediato asoció lo oído o pensado por ese extraño con un evento astronómico que había dado mucho que hablar entre los corrillos de sus proveedores y clientes.

- ¡Ah! ¡Pero si esos fueron los fuegos artificiales de la coronación del Emperador de Suva! Ahora lo comprendo todo. Nadie como no fuera un “esperante” podría hacer tamaña hazaña. – Dijo sin pensarlo.

- En especial si se elimina un agujero negro dispuesto a tragar las civilizaciones del vector – Repuso el “esperante”.

Los dos quedaron muy silenciosos. Afuera, tras los gruesos cristales, las estrellas dibujaban brillantes y caprichosas constelaciones como gigantescas catedrales de luz y energía.

Al cabo de un buen rato, el individuo comenzó a calibrar algunas ideas. Lo que más le molestaba era aquello de “esperante”, no cuadraba con lo que había percibido. Se esforzó algún tiempo sin importar que compartía sus pensamientos con el extraño, ese terrícola que se le había puesto en el camino. Su acompañante permanecía como indiferente y parecía concentrado en un objeto sujeto a una de sus extremidades superiores. La nave continuaba su recorrido estelar. De improviso un leve destello surgió del artefacto lo que pareció tensar el cuerpo del “esperante”.

- Ya es hora – le dijo – Ha sido una amena charla. Pero no quiero irme sin aclarar sus dudas. Eso de “esperante” debe provenir de una mala traducción de la palabra y nuestro último afán: esperar. Ahora ya no esperamos más, hemos vuelto a buscar.

- ¿Esperante,… esperar? Claro, ahora tiene sentido – respondió el individuo mientras le devolvía el traductor, algo confundido porque allí no había ninguna parada del vehículo interestelar.

El “esperante” lo recogió en lo que debía ser su mano y luego pulsó algo que sujetaba entre sus ropas. Un ligero resplandor ionizado ocupó el sitio donde estaba el extraño. En un segundo desapareció en la nada.

El individuo no salía de su asombro mientras miraba el espacio tras los cristales del vehículo de transporte. Sin darse cuenta una de sus extremidades se posó sobre el asiento donde antes estuvo el “esperante” y sintió la presencia de un objeto. Era el traductor. El “esperante” se lo había obsequiado.

- ¡Ah! ¡Estos “esperantes”! Ellos sí que saben lo que es la vida.- balbuceó entre ebrio de gozo y codicia.

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